Madre mía, supiste cobijarme en tu pecho,
Fiel reflejo del amor y de la ternura,
Con paciencia me diste tus caricias,
Forjando en mí el hombre de mañana.
Años y años pasamos juntos,
Tardes y meriendas llenas de juegos y acertijos,
Éramos compañeros de batallas y gladiadores de ensueño,
En esta aventura del crecimiento.
Por eso escribo este poema dedicado a mi madre,
Constante manantial de amor y dulzura,
Te extraño y te amo, madre querida,
Más que a nada que haya conocido en la vida.
(Felipe Casto, Gorga, España)
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