EN CADA PERIÓDICO DEL 8 DE MARZO
UNA MUJER EN LA MUJER ENCONTRADA
No hace falta recordarle a la mujer que es mujer.
No hace falta invocar su nombre
para ser la otra mitad del mundo.
(La mujer no está en la ideología
como un objeto conceptual
para después ser homenajeada
como se recuerda una batalla en la historia).
Este absurdo de la época
nunca lo he entendido,
recordarle al mundo
que hay mujeres en el Tierra
y por lo tanto,
no olvidar el amor, la ternura,
la protección y el valor que representan.
Todo esto se vive, no se recuerda.
El caso es otro
y hay que asumirlo como tal.
Sin ideologías somos tan necesarios al mundo.
Sin religiones somos tan llamados a vivir.
Sin políticas son invocadas nuestras manos para asirlas.
Sin ciencias nuestros cuerpos se atraen
en la cuna del sol y de la luna.
Siempre hemos sido
el uno en el otro como muerte y vida.
Siempre uno se mueve y el otro se aquieta.
Siempre uno habla-el otro escucha.
Uno al lado-del otro en el tiempo sin camino.
No somos dos, no somos uno,
somos únicamente el mundo.
Somos idénticos al todo en todo.
Nos confundimos en lo real y en lo invisible,
desde ahí partimos y hacia ahí llegamos.
Todos los nombres de mujeres y hombres
estamos vivos en la palabra… amor,
no es el amor que viene del agua y del aire,
es el amor que es silencio e infinito
y que sólo se vive,
es el amor del antes de la tierra,
del antes de la vida,
con ese amor oculto
en nuestro más profundo acto
y en el deseo simplemente de ser.
La mujer toma nombre
y el hombre toma nombre.
Unidos siempre por nuestros labios posesivos,
confabulados en lágrimas,
tirados a la aventura de nacer y morir.
En este mundo,
en los brazos de su amado,
la mujer dice la última palabra. Siempre.
Y basta creerlo por un instante para que sea.
No hace falta recordarle a la mujer que es mujer.
No hace falta invocar su nombre
para ser la otra mitad del mundo.
(La mujer no está en la ideología
como un objeto conceptual
para después ser homenajeada
como se recuerda una batalla en la historia).
Este absurdo de la época
nunca lo he entendido,
recordarle al mundo
que hay mujeres en el Tierra
y por lo tanto,
no olvidar el amor, la ternura,
la protección y el valor que representan.
Todo esto se vive, no se recuerda.
El caso es otro
y hay que asumirlo como tal.
Sin ideologías somos tan necesarios al mundo.
Sin religiones somos tan llamados a vivir.
Sin políticas son invocadas nuestras manos para asirlas.
Sin ciencias nuestros cuerpos se atraen
en la cuna del sol y de la luna.
Siempre hemos sido
el uno en el otro como muerte y vida.
Siempre uno se mueve y el otro se aquieta.
Siempre uno habla-el otro escucha.
Uno al lado-del otro en el tiempo sin camino.
No somos dos, no somos uno,
somos únicamente el mundo.
Somos idénticos al todo en todo.
Nos confundimos en lo real y en lo invisible,
desde ahí partimos y hacia ahí llegamos.
Todos los nombres de mujeres y hombres
estamos vivos en la palabra… amor,
no es el amor que viene del agua y del aire,
es el amor que es silencio e infinito
y que sólo se vive,
es el amor del antes de la tierra,
del antes de la vida,
con ese amor oculto
en nuestro más profundo acto
y en el deseo simplemente de ser.
La mujer toma nombre
y el hombre toma nombre.
Unidos siempre por nuestros labios posesivos,
confabulados en lágrimas,
tirados a la aventura de nacer y morir.
En este mundo,
en los brazos de su amado,
la mujer dice la última palabra. Siempre.
Y basta creerlo por un instante para que sea.
SU AZIO GUALVA
Desde su México que tanto te ama.